09/02/2021 Tomás Balmaceda

Fran Lebowitz y el mundo del dinero cuando sos disidencia

Tal vez, como yo, vos también hayas descubierto a Fran Lebowitz este mes gracias a la serie documental que hizo Martin Scorsese con sus ideas, Pretend It’s a City. Son siete episodios breves en los que la escritora de 70 años se pasea por tópicos como la lectura, la arquitectura, el arte y el humor. Cuando conté en redes sociales, con cierta vergüenza, que no conocía a Lebowitz, varios me recordaron que sí la había leído en artículos que recomendé en línea y que la había visto en Law & Order. Nunca tuve buena memoria pero supongo que lo que sucedió es que seguramente leí y comenté sus ideas sin prestar atención a quién era.

Ahora sí investigué: Lebowitz es una escritora que sólo tiene dos libros, colecciones de ensayos que lanzó en 1978 y 1981, y que luego vivió en un constante estado de bloqueo creativo. En los últimos 40 años sólo escribió algunos textos infantiles y comenzó al menos media docena de historias que nunca terminó. «Mi editor, que suele ironizar con que tiene el trabajo más sencillo del mundo, me ha dicho que mi bloqueo está causado por mi excesiva reverencia a la palabra escrita. Creo que tiene razón», hipotetizó alguna vez.

Así que Lebowitz es una rara avis porque es una suerte de intelectual sin las credenciales que el siglo XX requiere -básicamente, mucha obra publicada y comentada por pares-, sino más similar al siglo XXI: aunque no usa computadora ni teléfono celular, sus comentarios son certeros y entran en un tweet pero son capaces de generar muchísima controversia.

“No poseo ningún poder real para cambiar las cosas, pero estoy llena de opiniones”, dice en el documental de Netflix. No se me ocurre una mejor definición de un tuitero promedio (¡me incluyo!). Sin textos nuevos, la crítica vive hoy de dar conferencias, charlas y entrevistas en televisión.

En julio de 1997 Lebowitz escribió un ensayo disfrazado de entrevista en Vanity Fair acerca del dinero. Allí confiesa que piensa a diario en cómo hacerse millonaria pero que su único impulso para cumplir su sueño es comprar boletos de lotería. No quiere dejar de ser ensayista porque ser guionista de una serie o de una película implicaría que la molesten demasiado.

Tal como sucede con todo lo que escribe y dice esta neoyorquina vitalicia, su motivación es molestar e incomodar. La mayor parte de la serie me la pasé enfadado con lo que veía en pantalla y más me enfadaba leer en Twitter a muchas personas decir tanto que creían que ellos mismos eran “la Lebowitz” de su grupo de amigos o que soñaban alguna vez tener su nivel de sinceridad. Estoy bastante seguro de que el mundo no necesita ni una Lebowitz más y que su nivel de amargura no debe ser fácil de digerir. Sin embargo, sus provocaciones me dejaron pensando y me impulsaron a escribir esto.

“Me criaron con la idea de que hablar sobre dinero, pensar en dinero o, incluso, mostrar el más mínimo interés en el dinero era imperdonablemente descortés. Sin tener absolutamente ninguna relación con nuestras circunstancias, financieras o de otro tipo, mis padres me criaron para ser algo parecido a un aristócrata británico del siglo XIX. No hice un cheque hasta que cumplí los 30 años”, escribió.

Antes de publicar su primer libro, al llegar a Nueva York Lebowitz trabajó limpiando casas y como taxista. Como cuenta en Pretend It’s A City, sus amigas preferían trabajos como mozas pero en los 70 en Nueva York era un rol que, inevitablemente, desembocaba en tener relaciones sexuales con algún jefe para lograr mejores condiciones de trabajo. Con una risa amarga, como la que ella misma provoca varias a lo largo de la serie documental, contó que una vez se corrió el rumor de que había un supervisor gay en un restaurante de la ciudad y decenas de jóvenes fueron a pedir trabajo, aliviadas de que no habría insinuaciones sexuales. Pero el supervisor sólo contrataba mozos hombres… con los que mantenía relaciones sexuales para otorgarles mejores condiciones de trabajo.

La crítica cree que en la década del 70 sólo había dos taxistas mujeres en todo Nueva York pero nunca conoció a la otra conductora. Pasaba largos días y noches siendo discriminada por sus compañeros: en el restaurante en el que todos paraban entre viajes, porque tenía la cocina abierta las 24 horas, nadie le hablaba ni la ayudaba. Para ella fue un gran dolor pero también un gran aprendizaje: “En un comienzo me impactó porque muchos eran hombres judíos de mediana edad… ¡eran iguales a mis tíos que veía en cada fiesta familiar! Pero me miraban como algo despreciable, seguramente pensaban ‘¡Miren qué bajo hemos caído que una mujer puede ser taxista!’”

“Antes de que saliera mi primer libro, nunca tenía dinero ni cuenta en el banco. Me pagaban con un cheque con el que iba a una tienda, me compraba un sándwich de rosbif y pagaba con el cheque para que me dieran efectivo de vuelto. Con el adelanto de mi primer libro me dieron un cheque tan grande que me lo rechazaron en la tienda. Allí comencé una serie de malas decisiones financieras que comenzaron a revertirse a mis 33 años, el momento en el que aprendí a hacer yo un cheque”, revela Lebowitz en el artículo, una anécdota que también cuenta en la serie de Scorsese.

En la visión de la autora, no hay dudas de que el género juega un rol central en la forma en la que las personas manejan sus finanzas: “Lo primero que hay que decir es que hombres y mujeres ven a diario diferentes cantidades de dinero en sus cuentas. Seamos realistas, los hombres son dueños. A menudo se dice que la ventaja que tienen los hombres en los negocios es que no se lo toman como algo personal. Esto es verdad. De hecho, no se toman personal casi nada, incluidos, por ejemplo, sus propios hijos”.

“Cuando tenés un éxito, lo primero que sucede es que experimentas la reacción de tus amigos y familiares. Y una gran parte de esa reacción es envidia. La mayoría de las mujeres responden a esa envidia sintiéndose molestas, sintiéndose culpables, sintiendo que han herido los sentimientos de las personas. Los hombres reconocen la envidia por lo que es: una señal de éxito. Y los estimula. Están encantados: ¡perder a su mejor amigo porque ellos mismos tienen éxito! No podría sucederles nada mejor. ¿Su hermano no les volverá a hablar nunca más porque está envidioso? ¡Perfecto! Esto los incita a un mayor éxito”, escribió.

Como buena tuitera polemista, Lebowitz exagera y provoca para generar algo en su audiencia. Por eso no sé si es cierto cuando ella postula en su ensayo que el mundo de la plata jamás será femenino: “Con la esperanza de que los problemas que las mujeres tienen con el dinero respondan a condiciones ambientales, muchos ahora intentan enseñarles a sus niñas pequeñas a manejar la plata. Creo que es bastante inútil tratar de entrenar a las personas en la testosterona, que es el elemento clave para hacer dinero y también para mantenerlo, que es igualmente importante. Así que creo que el dinero es básicamente un juego de chicos y siempre ganarán. Las mujeres simplemente tendremos que contentarnos con no tener que jugar al fútbol en la escuela secundaria, lo que creo que es un trato más que justo”.

Como hombre cisgénero homosexual que no se siente “macho” ni identificado con esos modos, siento que es mi obligación no sólo oponerme a esa idea de Lebowitz sino incluso trabajar para que, si el diagnóstico es cierto, se pueda revertir. No sólo no es cierto que los hombres “no se toman nada personal, ni siquiera los hijos”, sino que la llave para lograr condiciones más justas de educación financiera para todos es también con su ayuda.

La serie documental de Fran Lebowitz está en Netflix como «Supongamos que Nueva York es una ciudad». El episodio en el que habla de dinero es el cuarto y se puede ver sin mirar el resto. Sus dos libros publicados son Vida metropolitana y Breve manual de urbanidad.

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